¡ME ABURRO!

¡Pues cómprate un burro! Esta es la respuesta que me oía yo cuando atosigaba a mis padres porque no sabía que hacer. Pocas fueron las veces en que me dijeron cómo o con qué entretenerme. Al final, no me quedaba otra que buscarme yo la diversión. Y, contrariamente a lo que pueda parecer, no guardo malos recuerdos de aquellos momentos. Al final, siempre encontraba algo que hacer. Unas veces me gustaba más y otras menos. Pero desde luego que me entretenía.

Ante un “me aburro”, son muchos los padres que acuden prestos a rescatar a sus hijos de las temibles fauces del aburrimiento. Como si éste fuera algo malo que hay que evitar a toda costa.

Cuando el niño se queja porque se aburre, muchos padres le ofrecen, rápidamente, soluciones que éste suele rechazar. El niño insiste y entonces sucumben: le entregan el móvil o la Tablet. Son conscientes de que no es la mejor opción, pero cualquier cosa con tal de aliviar el malestar de su hijo. Y sí, su aburrimiento se resuelve, pero lo único que aprende es cómo tener acceso a una pantalla fácilmente.

Como buenos padres que son, quieren que sus hijos sean felices, que no sufran ni experimenten dificultades. Por ello, les ayudan en todo lo que necesitan y evitan que tengan problemas o los resuelven por ellos.

Esta actitud de sobreprotección puede tener su lado negativo. Evita que se expongan de una forma sana a pequeñas frustraciones, útiles para su desarrollo. También les impide generar habilidades para afrontar situaciones conflictivas en el futuro.

El aburrimiento es una oportunidad para que el niño desarrolle capacidades, como la imaginación y la creatividad. Si no sucumbimos a la imperiosa necesidad de resolverlo, seguramente él mismo pensará en alguna opción para entretenerse.

Por supuesto, no se trata de ignorarle y dejar que se queje hasta que se canse. Es necesario responderle, de forma breve y, si es necesario, repetir la respuesta hasta dos veces como máximo. De lo contrario, estamos reforzando la queja al prestarle atención.

Una manera de incentivarle a buscar por sí mismo una tarea con la que entretenerse, es decirle que puede aprovechar que está aburrido para recoger los juguetes, ordenar su armario... ante una tarea nada divertida, seguramente él mismo pensará en una alternativa mejor.

Otra opción es redefinir su aburrimiento como algo positivo, estar aburrido es una suerte, porque significa que puede permitirse pasar un tiempo sin hacer nada o que no tiene que hacer nada que no le guste. Seguramente, esta opción tampoco le gustará mucho. Por lo tanto, le incentivará a buscar algo que hacer.

También podemos estimularle, diciéndole que estamos seguros de que, pensando un poco, pronto se le ocurrirá algo con lo que entretenerse. Transmitimos confianza en que él mismo puede encontrar algo qué hacer y le decimos, indirectamente, que no vamos a ser nosotros quienes lo hagamos.

Al no resolver su aburrimiento, entregando un dispositivo electrónico o sugiriendo una alternativa de su agrado, estamos fomentando su creatividad. No pasará mucho tiempo hasta que tenga alguna idea y él mismo ocupe su tiempo en algo que le divierta.

 

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